EL VIAJE DEL KOALA

 

 

Esta historia ocurrió como está escrita. Sucedió en Llanuralandia. La tierra ubicada en el oriente de Colombia y que al parecer Dios creó después de haber bebido tanto vino, que la dotó de forma exagerada.  Le dio exuberante fauna, flora, naturaleza y tradiciones. ¡Tanto! que por poquísimos segundos hace una copia de su propio paraíso. 

 

Creó un santuario tan humilde como cualquier rincón de la tierra, cierto, pero en este se forman sinfonías que se tejen desde la luz del amanecer con los matices del atardecer, las aves que se adueñan del cielo, la flora que abunda en su suelo y la fauna que respira en cada rinconcito.  

 

Llanuralandia es magnificencia y abundancia, es un momento de reflexión tranquila sobre una tarea tan bien lograda que inspira la paz interior que tanto se apetece.

La leyenda comenzó a dieciséis mil doscientos veintiocho kilómetros de Colombia, con los descomunales incendios forestales en Australia, cuando las llamas devoraron miles de hectáreas de áreas verdes. No es que antes no ocurrieran, pero estos, a los ojos aterrados del mundo, dieron cuenta de tres mil millones de animales incinerados. Cifra que no cabe en el cerebro de muchos. Ni hablar de la pérdida de bosques, repletos de vegetación necesaria para que respire el planeta.  

La leyenda comenzó a dieciséis mil doscientos veintiocho kilómetros de Colombia, con los descomunales incendios forestales en Australia, cuando las llamas devoraron miles de hectáreas de áreas verdes. No es que antes no ocurrieran, pero estos, a los ojos aterrados del mundo, dieron cuenta de tres mil millones de animales incinerados. Cifra que no cabe en el cerebro de muchos. Ni hablar de la pérdida de bosques, repletos de vegetación necesaria para que respire el planeta. 

 

Los estudiosos australianos, biólogos, científicos y otros, dijeron que murieron ciento cuarenta y tres millones de mamíferos, dos mil cuatrocientos sesenta millones de reptiles, ciento ochenta millones de aves y cincuenta y un millón de ranas.  Un número difícil de comprender. Nadie imagina tres mil millones de animales achucharrados convertidos en cenizas.  ¡Qué dolor tan infinito!

Esos pequeños marsupiales con pinta de oso que dan ganas de apretar de solo verlos. Parecen peluches, felpas vivas, inocentes, inofensivas y tiernas. Criaturas de las que se han encontrado fósiles con una antigüedad de alrededor de veinticinco millones de años y que aparecen en dibujos y leyendas de aborígenes australianos. Son muy antiguos.  Los koalas son muy antiguos. 

Junto con el canguro, estas criaturas son insignia en su país, aunque para lograrlo hayan pasado tantas penurias. Y es que casi se extinguen. No solo por la deforestación de la tierra para convertirla en áreas cultivables y echarles a perder el hábitat natural a los animales nativos, sino por la impiedad del hombre cuando en 1919 se proveyó libertad para su caza indiscriminada. En esa época, hambrientos, los perseguidores arrebataban sus pieles, garras y carnes y se comercializaban a altos precios en mercados de muchos países. Ya antes habían sido alimento de los aborígenes, evidencia que se encuentra en sus propios dibujos en los que representan sus banquetes. Finalmente, la indignación de la gente obligó a que se determinaran: “especie protegida” y desde entonces los koalas viven en sus bosques de eucaliptos, aunque no del todo tranquilos porque las arboledas se siguen derribando.  Este es apenas un resumen de tan larga historia de sufrimiento. 

Pero pese a todo, después que algunos humanos de gran corazón protegieron esta especie y antes de los incendios, miles de koalas vivían en un bosque del este de Australia y como toda tribu pasaban sus días felices. Las madres acarreaban sus crías inmaduras dentro de las bolsas propias de su cuerpo o sobre su espalda, saltaban de un árbol a otro, comían hojas y dormían la mayor parte del tiempo. Se rascaban entre ellos y se tocaban sus grandes narices en señal de cariño. 

En medio de tanta dicha una madre expulsó su pequeño embrión al marsupio donde pasaba días y noches pegado a las glándulas mamarias. Era tan diminuto que no pesaba ni dos gramos, pero allí, por el orden de la naturaleza, crecería y saldría a aprender a valerse por sí mismo cuando cumpliera seis meses. No medía más de dos centímetros, no tenía pelo y carecía de los sentidos de la vista y de la audición. 

A decir verdad, bonito no era. A duras penas logró arrastrarse desde la cloaca hasta la bolsa de su madre para empezar su metamorfosis. Le empezó a crecer el pelo y con la temperatura adecuada siguió creciendo, se formaron sus orejas y sus ojos se abrieron poco a poco. Ya no se alimentaba solo de leche sino de la “papilla” producida por su madre; una sustancia mucosa que expulsan por la cola, que es rica en proteínas y que complementa la dieta de los koalas, hasta que empiezan su alimentación vegetariana que dura toda su vida adulta y que se compone de hojas y yemas de eucalipto que pueden digerir gracias al microbiota aportada por esa papilla.

Como estaba listo, la madre koala incitó su cría a probar suerte en el mundo exterior, animándolo a abandonar el marsupio y el pequeño, paulatinamente, salía a tomar aire fresco, aunque la mayoría de veces subía al lomo de su madre y la abrazaba por el cuello para sentirse seguro. Ella con gusto le enseñaba el arte de vivir.

Pero ese fatídico día, cuando salió de su escondite, tuvo tan mala suerte que el primer paisaje frente a sus ojos fue una ardiente llamarada color naranja y un vasto remolino de humo negro que avanzaba a pasos rápidos hacia ellos. La madre koala se interpuso entre las llamas y su pequeño hijo, el padre koala lo empujó hacia el lado opuesto de la candela que se alzaba inclemente y aterrados, los demás, corrían y saltaban intentando salvarse.

El fuego golpeó en forma de bola dorada encendiendo la noche, eclipsando las estrellas. Las llamas que consumían exigían que todo se convirtiera en cenizas. El calor irradiaba hacia afuera con ira y la destrucción con alegría terrible. El fuego se convirtió como en un reflejo de pirómano de un cuerpo destrozado que no deseaba más que quemarse en lugar de enfrentarse al agua, por temor al dolor de las heridas. Quería que terminara su dolor. Y en esa noche negra, bajo más estrellas de las que la imaginación podría conjurar, brillaron las luces del vehículo de emergencia; un azul brillante que tropezaba con un rugiente rojo cuyo ruido de sirenas opacó el sonido de las ramas entre ardientes llamas. 

 

Nathan perdió el sentido. No supo cuánto tiempo pasó ni dónde estaba, cuando lo despertó el aletear de corocoras. 

—¿Dónde estoy? Preguntó asustado.

—En Llanuralandia —respondió una bella y brillante corocora que dio tres pasos hacia él —.

—¿Llanuralandia? Nunca escuché de esa región en Australia, ni tampoco vi aves tan rojas y hermosas como ustedes. ¿Qué es Llanuralandia? —.

—¡Esto no es Australia, cuñao! No es Australia, ¡estamos en Colombia! y Llanuralandia es una tierra ubicada al oriente de mi país. Abarca cuatro departamentos: Casanare, Arauca, Meta y Vichada. 

—¿Casanare, Arauca, Meta y Vichada? No entiendo nada —dijo Nathan— ¿Y cuál es tu país?

—Mi país es Colombia, pariente, la esquina de Sur América. Estamos muy lejos de Australia, pero ¡no se preocupe! —dijo Roja, la corocora— lo llevaremos a conocer nuestro llano e irá comprendiendo todo cuanto digo. Ya mismo conocerá a todos mis amigos llaneros.

—¿Qué son llaneros?

—Somos todos los nacidos en los llanos.

 

Y para que entendiera mejor, dibujó un gran mapa de colombia y señaló de rojo la región de los llanos orientales. Después hizo otro dibujo de los cuatro departamentos que los conforman y exclamó.

—Pero le llevaré a recorrer toda la llanura. ¿Vamos?

—¡Vamos!

 

Y así fue como Nathan el koala y Roja, la corocora, emprendieron esta travesía y se adentraron en Llanuralandia. 

Roja lanzó un silbido tan fuerte que se escuchó en toda la sabana y de inmediato el cielo se inundó de aves de hermosos colores y una de ellas se posó detrás de Nathan y se volvió tan o más grande que él. Era el lorito pluma verde. En él Nathan recorrería el llano.

 

 

 

https://industrialvac.com.au/blog/home-maintenance/bushfire-season-prepare-protect-your-home/

https://es.dreamstime.com/stock-de-ilustraci%C3%B3n-mapa-del-mundo-de-los-animales-de-australia-para-los-ni%C3%B1os-image78379053

https://www.tiempo.com/noticias/actualidad/koala-declarado-en-peligro-de-extincion-australia.html

https://www.savethekoala.com/about-koalas/images-and-diagrams/

https://edition.cnn.com/travel/article/qantas-koalas-singapore/index.html

Podrás encontrarte con

DELFINES 

Está ubicado a tres horas de Villavicencio, en el municipio de Puerto Gaitán, exactamente en el sector de Las Bocas a ocho kilómetros de esta localidad, donde confluyen los ríos Manacacías, Yucao y Meta.  Un lugar que ostenta ser el hogar de las toninas o delfines rosados de este sector de los Llanos Orientales. En temporada de verano, el destino goza de hermosas playas blancas, debido a la reducción del río, que se encoje un promedio de 80 metros de ancho y asimismo, pierde casi cinco metros de profundidad.

SAFARI

Esta actividad es la más recomendada por los usuarios de la plataforma de viajes TripAdvisor en este departamento.

 

En la región es posible encontrar distintos operadores que ofrecen el tour a modo safari, y que en su mayoría comprende un recorrido de dos días a caballo y a pie por lugares como Altagracia, en las inmediaciones de Yopal, y en donde puede avistar especies como el jaguar, el oso hormiguero gigante, la anaconda, la nutria gigante, el capibara o chigüiro, entre otras.

LLANURALANDIA